
Francia, cuna del pan y del perfume, ha decidido unir ambos símbolos en un solo producto: una estampilla con aroma a cruasán recién horneado. La iniciativa de La Poste, el servicio postal francés, celebra uno de los mayores íconos de su gastronomía y busca rendir homenaje al arte de la panadería francesa, inscrito por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad en 2022. Con esta pieza de colección, el país reafirma su orgullo por su cultura gastronómica y explora nuevas formas sensoriales de conectar con la identidad nacional.
La Poste lanzó oficialmente una estampilla perfumada con aroma a cruasán, diseñada por el ilustrador francés Frédérique Vernillet. El sello muestra un dorado cruasán recién salido del horno y fue producido con una tinta microencapsulada que libera olor al frotar su superficie.
El director de filatelia de La Poste explicó que la idea es “honrar la excelencia artesanal y gastronómica francesa”, en particular a los panaderos que mantienen viva la tradición de los croissants de mantequilla, una receta emblemática en todo el mundo. Se imprimieron 600 mil ejemplares con un valor facial de 2.10 euros, disponibles tanto en oficinas postales como en ediciones para coleccionistas.
El lanzamiento coincide con el reconocimiento otorgado por la UNESCO en 2022 a la “sabiduría y cultura de la panadería francesa”, que abarca técnicas, sabores y rituales cotidianos. El cruasán, originado en Viena pero perfeccionado por los panaderos galos, es símbolo de la vida parisina y una referencia cultural tan fuerte como la Torre Eiffel o el perfume Chanel Nº5.
En palabras del ministro de Cultura francés, el sello busca “recordar que el patrimonio también se huele y se saborea”. La estrategia no solo es nostálgica, sino que refuerza el vínculo entre gastronomía, identidad y diplomacia cultural, un rubro en el que Francia es líder mundial.
El proyecto filatélico se inserta en una tendencia creciente conocida como marketing olfativo, una disciplina que utiliza aromas para reforzar la identidad de marca o crear experiencias memorables. De hecho, algunos olores están legalmente registrados, como el de Play-Doh en Estados Unidos, cuya fragancia a masa infantil fue patentada por Hasbro.
Sin embargo, los aromas de alimentos tradicionales suelen considerarse patrimonio sensorial de dominio público, es decir, pertenecen al imaginario colectivo y no pueden ser monopolizados. Por eso, el sello francés no busca apropiarse del olor del cruasán, sino evocar una experiencia cultural universalmente compartida.
Las estampillas con aroma no son nuevas, pero sí poco comunes. En 2001, Suiza lanzó un sello con olor a chocolate; en 2013, Bélgica emitió uno con aroma a cacao; y Brasil hizo lo propio con uno de café. Francia ya había experimentado con fragancias de lavanda y rosas, pero el olor a pan recién hecho representa un paso más cercano al gusto y la emoción cotidiana.
Philatelistas y turistas han mostrado entusiasmo por esta edición, que combina tecnología, diseño y patrimonio cultural. Algunos coleccionistas señalan que podría volverse una pieza icónica del turismo gastronómico francés, una categoría que atrae millones de visitantes cada año.
La estampilla con olor a cruasán es más que una curiosidad: es una lección de cómo la cultura puede olerse, tocarse y compartirse. Francia demuestra que incluso un objeto tan cotidiano como un sello postal puede convertirse en embajador de su patrimonio gastronómico.
México podría seguir este ejemplo con ediciones especiales que evoquen aromas nacionales —pan de muerto, chocolate caliente, atole o pozole— como una forma creativa de celebrar su riqueza culinaria y promover su identidad sensorial ante el mundo.

