



Las verdaderas repercusiones económicas, personales, familiares, políticas, ambientales y empresariales de un huracán catastrófico como el de Otis en Acapulco empiezan ahora.
La devastación no ocurre solo en las construcciones o en las vialidades o en los negocios. La principal devastación es la que sufrimos a nivel emocional, la que nos deja exhaustos después de la prolongada agonía de no saber cuánto más va a durar el viento, el ruido, la destrucción. No saber hasta dónde llegará la inundación y si sobreviviremos a ella.
Desafortunadamente, es hasta después de pasar por una experiencia traumática como ésta cuando entendemos la importancia de la prevención, de las medidas de protección civil, del respeto que debemos tener hacia los embates de la naturaleza.
En 2005, en Quintana Roo y especialmente en Cozumel, vivimos un huracán similar a Otis. De categoría 5, el huracán Wilma causó estragos que todavía no regresan a la normalidad pues se estacionó durante tres noches y cuatro días encima de la isla causando daños irreparables en todo el estado de Quintana Roo.
Al igual que en Acapulco, el viento quemó todo follaje verde deja do a su paso llanos de color café, plantas y árboles apenas en pie.
La forma de vivir no vuelve a ser igual después de sufrir un evento como éste. Aprendemos a prevenir, a proteger, a cuidar a los nuestros. Aprendemos a unir fuerzas y formar una colectividad porque las dependencias de gobierno no pueden enfrentar solas el problema. Se requiere de todos.
Para algunos negocios, empresas, hoteles, restaurantes, Otis podría significar la quiebra. Para otros significará un endeudamiento que tomará años saldar. En el mejor de los casos, para algunas empresas será el banderazo de salida para remodelarse desde la base y empezar de nuevo con un enfoque diferente.
Pero el mayor reto viene tiempo después cuando asimilamos por primera vez la experiencia vivida. Enfrentarse a la posibilidad de morir, a la desesperación de no tener agua, techo o comida, a la incertidumbre de cómo vamos a salir del agujero es aterrador. Esa es la herida emocional que tarda más en sanar y es importante reconocerla en toda su magnitud.
Por muchos años nos acompañarán olores, sonidos, sabores que nos recordarán esos momentos de angustia, pero, al final, estaremos preparados para enfrentar retos aún más grandes.