



Investigadoras de la Universidad de Pensilvania han logrado transformar un hongo mortal, históricamente asociado con la “maldición del faraón”, en un compuesto prometedor para combatir el cáncer, especialmente la leucemia.
El equipo de Penn obtuvo moléculas únicas de Aspergillus flavus, un hongo vinculado a infecciones mortales por inhalación tras la apertura de tumbas antiguas como la de Tutankamón y Casimiro IV.
El hongo Aspergillus flavus, ahora en estudio como posible tratamiento contra el cáncer, fue alguna vez considerado responsable de la llamada “maldición de los faraones”. La leyenda surgió tras la apertura de la tumba del faraón Tutankamón en 1922, cuando varios miembros del equipo arqueológico murieron en circunstancias misteriosas. El caso más famoso es el del Lord Carnarvon, patrocinador de la expedición, quien falleció en 1923 por una infección respiratoria poco después de visitar la tumba.
Décadas más tarde, científicos e historiadores propusieron una explicación científica para algunas de estas muertes: la presencia de hongos tóxicos como Aspergillus flavus y Aspergillus niger en las cámaras selladas. Estos hongos producen micotoxinas que, al ser inhaladas tras siglos de encierro en condiciones húmedas y oscuras, pueden provocar infecciones pulmonares graves, especialmente en personas inmunodeprimidas o con enfermedades respiratorias previas.
Se cree que los hongos se inocularon en las tumbas durante el proceso de enterramiento o que crecieron lentamente durante siglos en los objetos orgánicos (telas, papiros, madera, alimentos funerarios) dejados como ofrendas. Una vez que las tumbas fueron abiertas y el aire seco exterior interactuó con estos nichos sellados, las esporas se liberaron.
Si bien la “maldición” fue desacreditada como fenómeno sobrenatural, el temor popular persistió durante décadas. Hoy, con el avance de la ciencia, ese mismo hongo asociado al terror arqueológico podría convertirse en una herramienta para salvar vidas.
Tras aislar los péptidos ribosomales modificados (RiPPs) de A. flavus, los investigadores desarrollaron una nueva familia de compuestos llamados “asperigimycins”, que mostraron potente actividad contra células de leucemia humana.
Dos variantes previas a modificación del compuesto lograron eliminar células leucémicas y, tras añadir una molécula lipídica, uno de los asperigimycins rindió al mismo nivel que citarabina y daunorrubicina, fármacos aprobados por la FDA.
El equipo descubrió que el gen SLC46A3 facilita la entrada de estas moléculas a las células cancerosas. Esta interacción sugiere un camino para terapias selectivas y personalizadas.
“Los hongos nos dieron la penicilina y todavía nos están dando más”, remarcó Sherry Gao, líder del estudio. Los resultados, publicados en Nature Chemical Biology, demuestran cómo los RiPPs fúngicos —menos explorados que los bacterianos— representan un tesoro farmacológico
La síntesis de RiPPs fúngicos es compleja y aún se avanza en su purificación. Los siguientes pasos incluyen estudios en animales, evaluación de farmacocinética y toxicidad, para concretar su transición a ensayos clínicos.
El proyecto se benefició de la colaboración entre universidades como Rice, Pittsburgh y MD Anderson, con apoyo de instituciones como el NIH y la Fundación Welch, y un pedido de patente provisional para proteger los descubrimientos.
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El hallazgo de los asperigimycins transforma la visión sobre los hongos, de agentes de enfermedad a fuentes de tratamientos innovadores. De superar la vieja “maldición de los faraones”, surgen nuevas fronteras terapéuticas. El próximo reto será validar esta promesa con ensayos preclínicos en animales y, en su momento, en humanos.