



Me estaba quedando calvo del estrés, por eso creo que fue en plena pandemia y no recuerdo exactamente el año. Me hablaron para capacitar a Paquita la del Barrio. Ella estaba incursionando en la política en aquel entonces, y yo daba cursos sobre comunicación y propaganda a gente “pesada” de la política. La capacitación tenía que ser en su casa, así que fui a Veracruz, y amablemente nos recibió.
Para ser una diva, una de las artistas más exitosas de nuestro país, vivía de una manera bastante sencilla. Sí, su casa era grande, pero pasaba la mayor parte del tiempo en su desayunador dentro de la cocina. Solo tenía una persona que la asistía, quien también era su cocinera. Al entrar, el aroma era increíble, me recordó a mi abuelita Lolita, que cocinaba muy rico. En esa casa se percibía ese olor a hogar mexicano.
Ella nos recibió con amabilidad. Le comentamos la razón de nuestra visita, aunque ya lo sabía. Pero mis años dando capacitación se vinieron abajo cuando entendí que no había una estructura que yo pudiera darle para comunicarse como política.
Y no era por falta de capacidad: era una mujer muy inteligente, pero simplemente no le interesaban las formas de cómo dar un discurso. Ella era una mujer completamente genuina, y su verdadera forma de expresión era otra.
Estando sentado ahí, en su cocina, en su desayunador, entre ruidos de trastes e interrupciones de índole doméstico, me propuse explicarle a través de una presentación lo que íbamos a hacer. Íbamos a enseñarle lo que era un mensaje banco.
El plan era explicarle que un mensaje banco es algo que se usa para hablar en público, según El Libro Secreto de la Propaganda. El mensaje (la base) consta de una aseveración importante. Esto tiene que estar conectado con tus valores y con lo que valoran otros, es decir, debe ser auténtico, algo que sí creas y crean. Y ese mensaje está sustentado en tres “patas”:
O sea:
Mensaje: “Estados Unidos ha perdido su rumbo y necesita un liderazgo fuerte para recuperar su grandeza.”
Historia: “Cuando yo fui presidente, logramos el desempleo más bajo de la historia para los afroamericanos y latinos, detuvimos la inmigración ilegal y logramos la mejor economía que el mundo haya visto. Ahora, Biden lo ha arruinado todo y la gente sufre.”
Estadística: “Durante mi gobierno, el desempleo afroamericano alcanzó un mínimo histórico del 5.4% en 2019. Ahora, bajo Biden, la inflación está en su punto más alto en 40 años.”
Gancho: “Make America Great Again, Again.”
Ese era mi plan, bueno… con ejemplos de AMLO quien en ese entonces “innovaba” con esta antigua receta que lo hizo popular. Pero, como bien dice Mike Tyson: “Todo mundo tiene un plan hasta que le dan el primer golpe en la cara”.
Me fue imposible.
Ella se rió de mí y dijo que simplemente iba a decir lo que quería decir, como lo quería decir y lo que ella creía. Así le había ido bien, ¿por qué habría de cambiar?
Fue muy interesante porque, en realidad, tenía razón; era muy exitosa.
Ahora me parece una discusión sacada del libro Diálogos en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu. Me visualizo en esa escena: en una mesa con Paquita la del Barrio, en el más allá debatiendo sobre qué es mejor: hablar lo que uno quiera como quieras o aplicar una técnica para hacerlo.
Para saber más: Paquita la del Barrio fallece a los 77 años: adiós a una leyenda de la música
Lo que aprendí en esas varias horas—porque no crean que estuve tres horas, fueron menos, cinco—fue que tener una convivenciaamena, trasciende las pretensiones de una “capacitación”; se convierte en un acto de indagación filosófica. No solo conversábamos, también comíamos y bebíamos un poco. No diré que nos embriagamos, pero sí había algo de alcohol. La comida era muy buena.
En esa bella conversación, entre todo lo que ella me comentaba, lo más importante era lo que ella creía. Porque, finalmente, eso era lo que me interesaba saber. Para construir un mensaje, primero hay que entender en qué cree la persona que lo va a dar. Y, además, hay que considerar lo que cree su audiencia.
Para que un mensaje funcione, ambos deben estar en sintonía; prácticamente, deben compartir las mismas creencias en algo.
Ese es el secreto—al menos en comunicación de política, arte, emprendimientos, y todo aquello que necesite adeptos.
De repente, y como uno de esos pajaritos mañaneros que te despiertan temprano; cantó una canción romántica, lo sorprendente (aparte de que Paquita te dé un pequeño concierto privado) es que era una balada donde se mostraba muy vulnerable.
En ese momento me di cuenta de varias cosas.
Cuando cantaba en público, ella hablaba de solo una parte de sí misma… de lo que auténticamente pensaba, sentía o había vivido. No estaba fija en ese estado; normalmente, en su vida diaria, ella no pensaba así. Y ahí está la importancia de no negar nuestra sombra.
Entender esto también explica porque la gente se desilusiona cuando conoce, por ejemplo, a un comediante famoso. Suelen decir: “Pensé que era más chistoso en persona, era bastante tímido”.
La sombra, según Carl Jung, puede susurrarte: “Oye, tienes un resentimiento, envidia, enojo, quizá debas sentirte mal por ello.” Es esa parte de ti que te da pena confesar, algo vergonzoso, pero que está ahí. Y según Jung, cuando la sacas a la luz, cuando la expones, puede ser benéfico. Es parte del proceso de individuación.
En mi experiencia—y aplicando estos conceptos en imagen pública (por cierto, soy perito en imagen pública, por si se les ofrece en algún asunto legal)— cuando muestras tu sombra, ello es parte de tu autenticidad, y eso hace que la gente conecte contigo.
Pero eso no significa que tú seas así todo el tiempo. Saberlo ayuda a que puedas exponerlo y no te sientas mal, y, por el contrario… lo aproveches.
Por ejemplo, si una persona tiene un resentimiento hacia los hombres y lo expresa en sus canciones—hablando de cómo la han traicionado—esa es una parte de ella, pero no lo define por completo. Es su sombra, y verla es fascinante.
Porque Paquita la del Barrio no se sentó conmigo a llamarme “rata de dos patas” ni me trató mal, ¿verdad?
Al contrario, era una dama, una persona de buen trato, simpática y excelente anfitriona: y la luz que desprendía la mayor parte del tiempo, era una de sensibilidad y vulnerabilidad.
Mi amigo Genaro Mejía está por publicar un libro que se llama: ¿Quién mató el storytelling? En parte porque es fanático de las historias policiacas sobre asesinos seriales. Esa sombra es parte de la belleza del libro, y no poque él mate personas, ¿verdad? (¿… verdad…?).
Por el triste fallecimiento de Paquita, recordé con nostalgia esas épocas de calvicie pandémica que ya había querido olvidar… pero que no fueron tan malas. Al contrario, conocí personas fantásticas. Recordando a Paquita “entendí que no lo había entendido”; no fue un fracaso mi capacitación… ella me había capacitado a mí.
Aún espero seguir en esos diálogos en el más allá… en ese mismo desayunador, con un tequilita y un buen guisado.
Le diré: “Sobre nuestro debate de si uno debe hablar lo que quiera como quiera o aplicar una técnica para hacerlo. Te doy la razón. Pero, pareceré un inútil, una rata de dos patas y me engañarás tres veces, pero creo que al final, también tengo razón (y tal vez con ese título, componga una canción); dijiste siempre lo que quisiste y como quisiste, y te fue muy bien, ciertamente… pero, temo decirte… que sí que aplicaste una técnica para hacerlo… lo hacías cantando… cantar era tu técnica… una declamativa, un fraseo, un vibrato natural que siempre estará en nuestro corazón, por eso… aunque fue malo traicionarte, Paquita, también tengo razón”.
In memoriam, Francisca Viveros Barradas.