Emprender no sólo implica conocer un problema y darle una solución, va más allá de una serie de habilidades duras y conocimientos.
El emprendimiento es una labor que siempre estará llena de retos y desafíos. Ésta es una verdad inobjetable. Lanzarse a emprender es un ejercicio que requiere de conocimiento del mercado, del desarrollo de un modelo de negocio, de esfuerzo constante, de desgaste —en todas sus acepciones—, de paciencia y, quizás, sobre todo, de perseverancia.
Es cierto que el emprendimiento es una actividad que no se puede aprender ni enseñar, por completo, dentro de un aula. Sin embargo, las escuelas pueden ayudar a desarrollar una serie de habilidades y conceptos que permitan que los futuros emprendedores no empiecen desde cero y tengan más ‘armas’ para afrontar los retos que se les pongan enfrente.
Con la emergencia sanitaria llegó un cambio de paradigma: se aceleró el proceso de transformación digital, las empresas tuvieron que adaptarse a los nuevos hábitos de consumo, además de cuestionar y modificar sus modelos para cumplir las nuevas necesidades del cliente. De ahí la necesidad de contar con herramientas y habilidades soft y hard para encarar la adversidad.
Conceptos como resiliencia, digitalización, experiencia de usuario, optimización y automatización son algunos de los más usados en este periodo.
¿Dónde se aprende a emprender?
¿En dónde se aprende a ser emprendedor? ¿Qué papel juegan las universidades y los centros de estudio en la formación de estos perfiles? Éstas son algunas preguntas que nos solemos hacer de manera cotidiana. Quienes forman parte del ecosistema sugieren que la única manera de aprender a emprender es emprendiendo: acierto y error. Esta afirmación tiene su grado de verdad; no obstante, ¿qué pasaría si desde la escuela estuviéramos mejor preparados para afrontar las crisis y los retos que salen al paso?
Es cierto que todavía no existe algún plan de estudios o una carrera específica que le enseñe a las personas a emprender. No hay un set de reglas, ni un manual que permita evitar errores a la hora de darle vida a una empresa. Pero esto no significa que no se pueda trabajar en este sentido para incorporar mejores prácticas en los planes de estudio para formar más y mejores emprendedores.
Emprendimiento = core del negocio + ∞
Emprender no sólo implica conocer un problema y darle una solución, va más allá de una serie de habilidades duras y conocimientos. Los centros de estudio cumplen con formar estos cuadros, es decir, ayudan a que los estudiantes, y futuros emprendedores, adquieran habilidades duras y bases teóricas.
Un emprendedor es un todólogo. Debe de ser experto en el área de su especialización, dedicarse de lleno al core de su negocio, pero también debe de conocer aspectos legales, financieros, tributarios, burocráticos, etcétera.
Por esta razón es importante que en los centros de estudio, desde los niveles medios superiores y superiores, se incorporen clases relacionadas con la administración de finanzas y pago de impuestos, hasta cuál es el proceso para constituir a una empresa o abrir una cuenta de banco empresarial.
El principal objetivo de este cambio en el paradigma es generar buenos hábitos desde una edad temprana, mismos que se pueden traducir en buenos resultados tanto en la vida diaria como a la hora de emprender.
En este sentido, los espacios de aprendizaje deben replantearse para encontrar balances que atiendan el desarrollo de habilidades necesarias para que los estudiantes puedan incorporarse a las industrias. Esta rearticulación necesariamente debe pasar por vincular a las universidades con el sector.
Las universidades tienen que convertirse en verdaderos semilleros de talento que entiendan las mecánicas y dinámicas de los mercados contemporáneos, además de incentivar y acompañar una nueva generación de emprendedores en su crecimiento y desarrollo.
Así aprender a emprender no será como lanzar una moneda al aire, será una carrera con profesionistas listos para lanzarse a la aventura.