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Renunció a la arquitectura para dirigir una dulcería que elabora 350 mil calaveritas de azúcar

Guillermo Jiménez aprendió el oficio dulcero gracias a su padre y abuelos. Hoy, junto con sus seres queridos está al frente de Dulcería Jiménez Hermanos.

Las calaveritas de azúcar de la Dulcería Jiménez Hermanos.
Las calaveritas de azúcar de la Dulcería Jiménez Hermanos. © Dulceria Jiménez Hermanos vía Facebook

Guillermo Jiménez, siempre quiso ser arquitecto. Estudió esta carrera y ejerció la profesión por un tiempo, pero decidió renunciar a su oficio por una razón poderosa: tomar las riendas del negocio familiar de dulces mexicanos que sus abuelos construyeron. Hoy, Guillermo está al frente de Dulcería Jiménez Hermanos , una pequeña empresa con más de 80 años de trayectoria fabricando dulce de camote, calabaza, chilacayote, dulce de coco , y las reinas de esta temporada: las calaveritas de azúcar .

En la época de Día de Muertos , la empresa elabora unas 350 mil calaveritas que se venden por menudeo en un establecimiento ubicado en el mercado de la Merced en la Ciudad de México, y a clientes directos que se encargan de distribuirlas por mayoreo en mercados y centros comerciales en todo el territorio mexicano. Guillermo cuenta que uno de sus clientes ha llegado a vender el producto en el extranjero.

El proceso de fabricación es 100% artesanal y comienza con la mezcla de azúcar, agua y limón. Esta se vierte en moldes de barro de 12 diferentes tamaños, desde el miniatura hasta uno que tiene el tamaño real de un cráneo humano. Después de solidificarse la mezcla, los moldes se retiran y las calaveritas pasan por una etapa de decorado con papeles vistosos y azúcar glass pigmentada de diferentes colores.

Molde barro y calaverita terminada. Foto: Franck Velázquez.

Desde agosto y septiembre de cada año se empieza a fabricar el producto para las festividades de día de muertos. En toda la cadena productiva participan de 10 a 15 personas, y trabajan diariamente en una fábrica repartida en dos terrenos ubicados en la colonia Valle Gómez de la capital mexicana. En uno se puede observar una gran cantidad de casos de cobre que conserva Guillermo, muchos de estos los ocupaba su padre hace muchos años, además de hornos cocinando dulce de camote y de calabaza.

En la otra parte de la fábrica, hay un equipo de unas cinco personas decorando las calaveritas de azúcar y alistándolas para distribuirlas. Guillermo platica que su estrategia de negocio en esta temporada siempre ha sido operar como proveedor, es decir, fabricar las calaveritas por pedido para clientes directos que cada año le compran y confían en su servicio por la calidad del dulce, la puntualidad en la entrega, la atención y la decoración detallada que distingue a estos cráneos de azúcar.

Molde de barro para fabricar las calaveritas. Foto: Franck Velázquez.

Una tradición familiar

La historia de esta empresa familiar empezó en la década de los años 30 cuando los abuelos de Guillermo elaboraban calaveritas de forma artesanal y casera en el poblado de Contepec, Michoacán, en donde se cree que empezó la tradición y fabricación de estos dulces. Aunque el empresario dice que algunas personas atribuyen su origen a los habitantes de Puebla y Toluca en donde surgió el alfeñique.

Cuando sus abuelos fallecieron, su padre Raúl Jiménez Martínez, siguió con la tradición dulcera y arrancó la empresa de manera formal en la CDMX. Guillermo recuerda los momentos que compartía con su padre mientras le enseñaba el oficio; aprendió conforme fue creciendo. “Mi padre nos decía que no dejáramos que esto muriera, y que nos acordáramos que de esto nosotros vivimos. Gracias a este negocio a todos nos dio escuela. Nos pedía que le dijéramos a nuestros hijos que no se perdiera”.

Decorado de calaveritas. Foto: Franck Velázquez.

Después del fallecimiento de su padre, uno de los hermanos de Guillermo quedó a cargó de la empresa, y años más tarde el emprendedor tomó las riendas de la dulcería. Ahora en la empresa trabajan hijos, nietos y los hermanos de Guillermo, quienes a pesar de tener su propio empleo, participan en las actividades de la dulcería. Incluso la mamá de Guillermo, a sus 90 años, les ayuda a colocar el papel que llevan las calaveritas en la frente y los asesora en cómo hacer ciertas cosas. Todos, dice Guillermo, lo hacen por una razón: evitar que el negocio se muera y mantener vivas las tradiciones mexicanas.

“No celebrar el día de muertos sería como perder parte de la identidad mexicana. Y las calaveritas son el símbolo más importante en la ofrenda porque representa a la persona que recordamos”.

El emprendedor explica que mantener vivo el negocio no ha sido una tarea sencilla, sobre todo porque el consumo de dulces mexicanos suele aumentar solamente en las fiestas patrias o día de muertos, y en las demás temporadas que venden dulce de calabaza, chilacayote y camote, las ventas bajan sobre todo en épocas de calor. En esos periodos, Guillermo y sus hermanos tienen que ir a vender en ferias y mercados de otros estados del país.

Además, aunque estos productos son artesanales, en la industria mexicana de la confitería reinan grandes marcas dulceras como Ricolino , y Guillermo considera que, siendo todavía una empresa pequeña, es difícil competir contra estas. Al igual que muchas otras Pymes mexicanas, para Dulcería Hermanos Jiménez es complicado invertir en estrategias de marketing y publicidad para posicionarse en el mercado, pues los recursos son limitados y prefieren destinarlos para la producción de los dulces.

Otro de los retos más grandes que ha enfrentado esta empresa tiene que ver con el aumento del precio del azúcar, el gas casero y la gasolina; tres de los principales insumos que se ocupan para la producción y distribución del dulce. “Eso implica que tengamos que subir el precio de los dulces, y la gente ya no lo compra tanto porque también afecta su economía”.

Foto: Franck Velázquez.

Cuando esto pasa, dice Guillermo, las ventas caen. Tan sólo en lo que va de este año, han bajado un 15% en comparación con el mismo periodo de 2018. Para hacerle frente a este problema, han tenido que buscar proveedores de azúcar directamente en el campo para comprar la materia prima a menor costo y poder ahorrar. Para no perder más con el dulce que no se vende, lo conservan y lo convierten en dulces nuevos, pues se ha invertido mano de obra, tiempo, insumos y dinero.

Por ahora la meta más importante, dice Guillermo, es no dejar morir el negocio, que las siguientes generaciones de la familia se involucren, y empezar a implementar estrategias que ayuden a crecer la empresa para llevarla al siguiente nivel. Adelanta que tienen un proyecto para fabricar dulces mexicanos que tengan mayor tiempo de caducidad con ayuda de conservadores.

A todos los lectores de Entrepreneur les dice que no dejen de consumir las calaveritas, porque al igual que Dulcería Jiménez Hermanos, muchas otras Pymes mexicanas dependen de que esta tradición siga viva.

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