



Llamamos “ceguera de taller” a la automatización mental de nuestros productos, servicios o procesos, tan “desarrollados – realizados – familiarizados” que no nos damos cuenta si pueden mejorarse, sustituirse o -incluso- si nos están poniendo en desventaja contra las nuevas formas de competencia.
En principio es muy sabio, si ya sabemos que algo funciona, procuramos “mantenerlo” sin darnos tiempo a revisar por qué funciona, qué hacemos bien -y asegurarnos que todo nuestro equipo lo sepa-, cómo podemos replicar ese conocimiento a otras áreas así como capitalizar ese valor en beneficio de una mayor diferenciación respecto a la competencia.
Hablamos de equipos y nos olvidamos de las personas que los conforman. Hablamos de clientes pero se nos olvida diferenciar sus necesidades o intereses. Necesitamos estar tan atentos a los cambios en nuestro clima laboral como en las tendencias en consumo y fidelización de nuestros clientes, tanto actuales como potenciales.
Que nos guste algo como founders o dueños de empresa no implica una experiencia colectiva, por eso son necesarios los equipos y la diversidad, para que haya distintos puntos de vista y experiencias sobre nuestros productos y servicios. ¿Estamos siendo claros en nuestra promesa de valor?, ¿no hay lugar a dudas en nuestra comunicación interna y externa?, ¿el proceso es tan intuitivo como creemos? Hacer constantemente estas preguntas y tomar acciones al respecto es lo que nos mantendrá competitivos.
No hay nada más peligroso que aplicar el: “ojos que no ven…” Cuando una pregunta o crítica se repite mucho, implica una bandera -si no roja, al menos amarilla- que es necesario atender, ya sea clarificando información, ajustando las condiciones en que ofrecemos nuestro producto o servicio, mejorar la atención al cliente o hacer nuestra página más sencilla de navegar.
Claro que a ninguna marca -y más si es un emprendimiento individual- le gusta escuchar críticas, por eso es importante reiterar que no es un tema personal.