



Tulum, uno de los destinos más emblemáticos del Caribe mexicano, atraviesa una crisis de reputación. Durante los últimos meses, videos y quejas en redes sociales han expuesto altos precios, inseguridad, saturación y pérdida de encanto local, provocando que muchos turistas nacionales opten por otros destinos como Bacalar, Holbox o Mérida.
Aunque sigue atrayendo a viajeros extranjeros, el visitante mexicano —histórico impulsor del turismo interno— se siente desplazado, y los comercios locales enfrentan el reto de reconectarse con él sin perder su atractivo internacional.
Hace una década, Tulum era sinónimo de tranquilidad, playas vírgenes y espíritu ecológico. Hoy, su crecimiento acelerado lo ha convertido en un polo turístico con problemas de saturación, tráfico, gentrificación y encarecimiento generalizado. La llegada de grandes desarrollos inmobiliarios y el turismo de lujo desplazó en gran medida al viajero nacional de clase media que solía llenar los hoteles boutique y restaurantes locales.
En redes sociales, usuarios han denunciado abusos en precios, cobros irregulares y prácticas poco transparentes, lo que deteriora la confianza. “Una cuenta de 8 mil pesos por tres platillos y dos tragos es un insulto”, se lee en una publicación viral. Este tipo de experiencias, sumadas a la pérdida del carácter bohemio, han provocado que muchos mexicanos elijan otros destinos del sureste con tarifas más accesibles.
Tulum se transformó en una marca aspiracional global impulsada por celebridades e influencers. Sin embargo, esa exposición trajo consigo una burbuja de precios y desconexión con la comunidad local. Según la Asociación de Hoteles de Tulum, la tarifa promedio en la zona costera se ha triplicado desde 2018, y muchos negocios tradicionales no pueden competir con los grandes resorts.
El problema no radica en atraer al viajero extranjero, sino en mantener la diversidad. De acuerdo con datos de Datatur, el turismo nacional representa más del 80% del flujo turístico en México; por tanto, perderlo significa perder estabilidad.
A pesar de la crisis de percepción, Tulum conserva atributos únicos: sus ruinas frente al mar, cenotes cristalinos, reservas naturales y una oferta gastronómica de primer nivel. Si los comercios logran equilibrar la exclusividad con la autenticidad, pueden recuperar el amor del turismo local y mantener el interés internacional. La clave está en volver al origen: un lugar de conexión, naturaleza y hospitalidad mexicana.
La crisis de Tulum no es irreversible, sino una oportunidad para repensar el modelo turístico del Caribe mexicano. En un contexto donde México se consolida como uno de los países más visitados del mundo —mientras Estados Unidos enfrenta desaceleración económica—, destinos que sepan ofrecer experiencias auténticas, sostenibles y accesibles captarán al visitante nacional y extranjero de cara al Mundial 2026. Si Tulum logra reconciliar su esencia con su desarrollo, volverá a ser sinónimo de paraíso, no de exceso.