
En plena era de avances tecnológicos y biotecnológicos, surge una polémica que ha encendido las voces de la ética, la regulación y la ciencia en todo el mundo: una startup respaldada por titanes de la tecnología apuesta por llevar al límite lo que hasta ahora estaba prohibido.
La empresa Preventive, con sede en San Francisco y financiada por figuras como Sam Altman (de OpenAI) y Brian Armstrong (de Coinbase), se ha fijado el objetivo —todavía experimental— de editar el ADN de embriones humanos y, eventualmente, crear bebés genéticamente modificados. Esto, pese a que en Estados Unidos y en muchos otros países la edición de la línea germinal está prohibida.
La edición genética de embriones humanos —aquella que implica cambios en la línea germinal, es decir, heredables por futuras generaciones— está prohibida en Estados Unidos bajo regulaciones que impiden a la Food and Drug Administration (FDA) aprobar ensayos que impliquen embriones genéticamente modificados para iniciar un embarazo.
Sin embargo, la tecnología ha avanzado con firmeza. Herramientas como CRISPR‑Cas9 permiten modificar genes con mayor precisión, y algunas empresas que hoy se anuncian como screening de embriones ya analizan probabilidades de enfermedades, rasgos e incluso “mejoras”.
La paradoja es evidente: aunque el cambio germinal está prohibido, la inversión en empresas que lo buscan sigue creciendo.
En este contexto, Preventive aparece con una misión declarada: “determinar si la nueva generación de tecnologías de edición genética puede utilizarse de forma segura y responsable para corregir condiciones genéticas devastadoras en futuros niños” —según su propio sitio web.
Preventive, fundada recientemente por el científico en edición genética Lucas Harrington, se presenta como una public-benefit corporation (corporación de beneficio público) con sede en San Francisco, y reporta haber conseguido alrededor de 30 millones de dólares en financiamiento de inversores reconocidos de Silicon Valley.
Aunque la empresa afirma que no está tratando de implantar actualmente embriones editados para gestación y que su foco está en investigación preclínica para garantizar seguridad, fuentes del sector señalan que Preventive ya ha explorado jurisdicciones en el extranjero —como los Emiratos Árabes Unidos— donde la regulación es más laxa, con miras a “tener opciones” fuera de Estados Unidos.
El respaldo de Altman y Armstrong añade peso mediático a la iniciativa: ambos han mostrado interés en biotecnología reproductiva. Armstrong ha señalado públicamente que “es mucho más fácil corregir un defecto genético en un embrión que tratar la enfermedad más adelante”.
Las implicaciones del modelo de negocio también llaman la atención: más allá de prevenir enfermedades hereditarias, algunos de estos emprendimientos promueven la idea de screening genético “óptimo” para rasgos como inteligencia, altura o resistencia a enfermedades comunes, lo que abre el debate sobre la definición de “mejor” en una persona.
Editar embriones humanos no está exento de riesgos: las alteraciones podrían generar “efectos fuera de objetivo” (off-target), cambios genéticos imprevistos que se transmiten a generaciones futuras, o consecuencias que aún no se entienden a fondo. Según la revista WIRED, la comunidad científica advierte que este tipo de técnica aún no está lista para uso clínico.
El paso de prevenir enfermedades genéticas a “diseñar rasgos” abre cuestiones clave: ¿Quién decide qué rasgo es deseable? ¿Se generará una brecha genética entre quienes pueden costear estas tecnologías y quienes no? Bioeticistas advierten que podría reavivar conceptos de eugenesia moderna.
Aunque en EE. UU. y en muchos países la edición germinal está prohibida, la regulación internacional es diversa y hay zonas grises. Empresas podrían operar en países con leyes más laxas, lo que genera la llamada “fuga regulatoria” (regulation – shopping). Preventive ya habría explorado esa vía.
Una vez que un cambio al ADN de la línea germinal se realiza y ocurre una gestación, el cambio se transmite a las siguientes generaciones.
Esto significa que la tecnología no afecta solo al individuo, sino a su descendencia, con efectos potencialmente irreversibles.
El debate no es solo médico, sino social y global.
En un país como México —y en Latinoamérica en general— donde los sistemas de salud, regulación y acceso a la tecnología aún enfrentan retos, la aparición de técnicas como la edición de embriones plantea preguntas profundas: ¿Quién tendrá acceso a estas tecnologías? ¿Cómo evitar que se profundicen desigualdades socio-económicas y biomédicas? Además, el marco regulatorio latinoamericano podría verse presionado para adaptarse o resistir frente a iniciativas transnacionales.
A nivel global, este hito marca la confluencia de tres fuerzas: biotecnología avanzada, inversión de capital riesgo y la voluntad de algunos sectores tecnológicos de redefinir los límites del cuerpo y la reproducción humana. El caso Preventive simboliza este momento de tensión entre innovación y responsabilidad.

