



Era una noche en Querétaro cuando el murmullo de conspiraciones encontró voz firme en una mujer que se alzó con una chispa de libertad. Fue así que Josefa Ortiz de Domínguez, la insólita guardiana de los secretos insurgentes, escuchó el peligro y, con un zapateo discretamente urgente, estremeció los cimientos del silencio. Su valentía silenciosa encendió el primer grito de independencia y la convirtió en una figura mítica: La Corregidora, heroína inmortal de la independencia mexicana.
María Josefa Crescencia Ortiz Téllez-Girón nació entre 1768 y 1773 (según distintas fuentes en Morelia o Ciudad de México) en una familia criolla con acceso a educación elitista. Huérfana en su infancia, fue albergada por su hermana y enrolada en el Colegio de las Vizcaínas, donde aprendió a leer, escribir y fortaleció convicciones ilustradas. Estas bases intelectuales sembraron su inquietud hacia la situación colonial y propiciaron alianzas con los criollos insurgentes.
Al casarse con Miguel Domínguez, corregidor de Querétaro, Josefa convirtió su casa en el epicentro de reuniones secretas. Lo que parecían tertulias literarias eran, en realidad, foros de conspiración con Hidalgo, Allende y otros planeando el alzamiento.
Su papel fue crucial: facilitar información, motivar a su esposo y mantener la confidencialidad.
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En septiembre de 1810, tras ser descubierta la conspiración, fue confinada en su habitación. Sin embargo, su valentía no se quebrantó: logró comunicar el origen de la traición al alcaide Ignacio Pérez golpeando el piso con su zapato (o la pared contigua, según versiones). Así, alertó a Miguel Hidalgo, quien adelantó el Grito de Dolores al 16 de septiembre.
Tras su acción, fue encarcelada sucesivamente en conventos como Santa Clara, Santa Catalina de Sena y Santa Teresa, entre 1813 y 1817. Lejos de doblegar su espíritu, permaneció firme en sus ideales.
Rechazó cargos honoríficos durante el Imperio de Iturbide y se negó a recibir recompensas por su lucha.
Fallecida en 1829, fue honrada como “Benemérita del Estado” y su casa se transformó en el Palacio de Gobierno de Querétaro. En el Paseo de las Heroínas de la CDMX, una de las estatuas inaugura este homenaje democrático. Su huella permanece viva como símbolo de coraje, lealtad y liderazgo femenino en los orígenes de la nación.
Josefa Ortiz de Domínguez cruzó el umbral de lo cotidiano hacia la leyenda insurgente con un zapato, una mente lúcida y una firme convicción. Su acto de valentía no solo detuvo la traición, sino que encendió el día que nacía la patria. Hoy su historia inspira la presencia de las mujeres en la construcción política y social, y fortalece el reconocimiento de la participación femenina como eje esencial en la historia de México.