Una nueva camada de emprendedores veinteañeros ha tomado San Francisco con una consigna radical: cero alcohol, cero descanso y cero distracciones para construir compañías de inteligencia artificial que aspiran al billón de dólares. El Wall Street Journal encontró que los fundadores de la Gen Z tienen jornadas de más de 90 horas y un estilo de vida “monje-hacker” que contrasta con la cultura work hard, play hard que predominó en la década pasada.
Dejarlo todo por la startup: casas de fundadores, comida a domicilio y catres junto a la laptop; un fenómeno que, según encuestas, coincide con que los jóvenes en EE. UU. beben menos que generaciones previas. ¿Se está reescribiendo el manual del emprendedor?
El Wall Street Journal perfila a fundadores veinteañeros que “renuncian a todo salvo a sus laptops” para perseguir la ola de la IA. El caso de Marty Kausas, quien contó que encadenó tres semanas de 92 horas seguidas, ilustra la intensidad que muchos consideran necesaria en esta carrera. El ethos: competir para “ganar el juego de las startups” más que por una misión social clásica.
Ese ascetismo convive con una infraestructura social distinta: casas de fundadores y hackathons constantes que difuminan trabajo y vida personal. La escena es una suerte de “fiebre del oro” de la IA: residencias colectivas, códigos a medianoche y lanzamientos exprés, con la ciudad operando como un taller continuo.
La sobriedad no es solo narrativa: Gallup reporta que el porcentaje de adultos en EE.UU. que dicen beber cayó a mínimos históricos (54%) en 2025, con jóvenes 18-34 liderando el descenso respecto de décadas previas. La prensa atribuye el cambio a preocupaciones de salud y hábitos distintos en nuevas generaciones.
Frente a la versión Gen Z, la generación millennial tuvo símbolos corporativos marcados por la fiesta y el exceso, como WeWork bajo Adam Neumann: tequila en la oficina, conciertos y una cultura de desbordes descrita por investigaciones periodísticas y libros. También hubo crisis culturales en Uber que catalizaron una reconfiguración de valores en Silicon Valley. La narrativa actual se aleja de ese hedonismo y se vuelca a la productividad monástica.
Para inversionistas y fundadores, la ola de modelos fundacionales, agents y copilotos es un momento irrepetible comparable al internet de los 90. De ahí la premura por iterar, captar talent y escalar con velocidad de vértigo, en una economía donde el primero que logra tracción en IA suele anclar ventajas de datos y compute. El WSJ describe esa épica competitiva —y el costo personal que implica.
La ética del “no dormir, no salir” tiene críticos: la ciencia del sueño y la productividad cuestionan jornadas extremas; incluso voces en la comunidad tecnológica advierten que el romanticismo del “996” (trabajar 9-9-6) se cobra facturas de burnout. El debate es si el hustle permanente crea ventajas o si, a mediano plazo, merma la creatividad que hace únicas a estas empresas.
Aunque el “monk mode” californiano marca tendencia, en México la escena de IA avanza con aceleradoras, meetups y fondos que empujan la adopción —con estilos laborales más heterogéneos. Fondos como ALLVP han delineado hojas de ruta en IA; crecen los hackathons y comunidades técnicas, pero sin un culto generalizado a la privación extrema. El fenómeno inspira a muchos equipos locales, aunque aquí la conversación pasa también por talento, compute y acceso a clientes corporativos.
La nueva ética de los fundadores de IA de la Gen Z —sobrios, obsesivos y casi ascéticos— refleja la urgencia de capturar una ola tecnológica que se mueve a ritmo inédito. Para Silicon Valley, es el retorno del “todo por construir”; para México, una señal de oportunidad y cautela: adoptar la disciplina que acelera productos sin glorificar el agotamiento como norma. La clave, de un lado y del otro, será encontrar el punto en que la intensidad sume y no rompa a las personas y a las empresas.
