



Todos los días, por mi trabajo, escucho la letanía de líderes de empresas acerca de la falta de responsabilidad, compromiso o involucramiento de algunas personas de sus equipos. El asunto es que quizás no se conocen bien las distinciones entre estos tres conceptos, parecidos, y, a la vez, diferentes.
Si bien se los suele usar como sinónimos, la realidad es que no tienen mucho que ver entre sí, y los resultados son muy diferentes dependiendo de dónde se ponga el acento.
En primer lugar, la responsabilidad es la obligación de cumplir con los deberes y las tareas asignadas, asumiendo las consecuencias de nuestras acciones. Implica ser consciente de nuestras responsabilidades y actuar de manera ética y diligente para cumplirlas.
En el coaching solemos utilizar una definición sencilla: la “responsa-habilidad” es la habilidad para responder ante lo que sucede y asumir las consecuencias de nuestras decisiones y acciones.
El factor de actitud personal, y el autoliderazgo para obtener los resultados.
Para ilustrar, imaginemos que un colaborador de la empresa es asignado a un proyecto que no le gusta o con el cual no tiene una conexión personal. A pesar de esto, el empleado reconoce su responsabilidad de cumplir con su trabajo y entregar el proyecto a tiempo. Asume la responsabilidad de investigar, aprender y adquirir los conocimientos necesarios para llevar a cabo el proyecto de manera efectiva.
Aunque no tenga una afinidad personal con el tema del proyecto, muestra responsabilidad al poner el cumplimiento de sus deberes y la calidad del trabajo por encima de sus preferencias personales.
El compromiso implica la dedicación y la lealtad hacia una causa, objetivo o persona. Es un vínculo emocional y una promesa de cumplir con lo acordado. Está relacionado con la voluntad de cumplir con los compromisos adquiridos, mantener la palabra y trabajar activamente para alcanzar los objetivos establecidos.
Valores personales y profesionales, puestos al servicio de lo que estamos haciendo. Para comprenderlo mejor: una colaboradora se compromete a completar un proyecto a tiempo y lo hace sin importar que no le guste el tema del proyecto o no tenga una conexión personal con el mismo. Se entusiasma, busca aprender, encuentra puntos de satisfacción internos, y, además, siente la influencia del equipo y su líder, y elige trabajar al máximo para lograr lo que se necesita.
En tanto que el involucramiento se refiere a la participación y comprometida en una actividad, proyecto o situación. Implica estar presente de manera física, mental y emocional, y tomar parte activa en lo que sucede. Estar involucrado implica interesarse, participar y contribuir de manera significativa en lo que se está llevando a cabo. Es “hacerse carne” de las situaciones.
Emocionales, profundos y de raíz. Ejemplo: La persona se involucra en un proyecto porque siente una conexión personal con el tema del proyecto y cree que su trabajo puede hacer una diferencia significativa en la empresa. Inclusive, puede encontrar un propósito mayor, por caso, el impacto que tendrá su acción en el corto, mediano y largo plazo, no sólo donde trabaja sino en la comunidad.
Entonces, no solo cumple con la tarea asignada, sino que también aporta nuevas ideas y soluciones creativas para mejorar el proyecto. Da su milla extra, y agrega valor.
La responsabilidad, el compromiso y el involucramiento se desarrollan; de allí que parte del trabajo de líderes es justamente promoverlos e incentivarlos, aún en las personas que no tienen predisposición. En esos casos, quizás con una buena dosis de responsabilidad sería aceptable; partiendo de la idea de que lo ideal es llegar a una combinación de los tres factores.
Aquí tienes cinco tips que te pueden ayudar a liderar este proceso:
Para que el equipo se meta con todo con una tarea o proyecto, es importante tener un norte que sea superador. Por ejemplo, la comunicación en tiempo real, el recordatorio del propósito y el seguimiento, son aspectos esenciales para darle valor a los objetivos que se persiguen.
En los equipos es muy relevante reforzar permanentemente la retroalimentación y, en ciertos casos, las recompensas. El llamado “salario emocional” -lo que no es retributivo en dinero- es un aliciente sumamente estratégico para fomentar un mayor esfuerzo. Palabras de apoyo, un mensaje de felicitación, un saludo cálido y una celebración con tu gente, marcan la diferencia. Sin dejar de considerar para ciertos momentos las recompensas financieras, como un bono o aumento de salario: también son motivantes.
Hay varios estudios a nivel mundial donde resultó que los colaboradores que se sienten valorados y respetados en el trabajo son más propensos a sentirse comprometidos. Para implementarlo, puedes desarrollar tu capacidad de escucha, para lo que recomiendo hacerlo el 80% del tiempo, y hablar el otro 20%. Tener rituales, estar presente con las fechas especiales de los miembros del equipo y permitir que se visualicen los logros -no queriendo llevar como líderes todos los laureles- son parte del clima positivo.
El efecto psicológico conocido como techo de cristal es lo que termina derrumbando a las personas. Si sienten que tienen un límite y no pueden ver más allá, la misión de cada líder es crear esa visión compartida, y demostrarla con hechos. Para ejecutarlo, puedes dar la oportunidad de aportar nuevas ideas y soluciones, participar en algún proyecto especial, e incluso combinar talentos para que todos aprendan mutuamente. No sólo mejorará el desempeño, sino que se relacionarán de otra forma más personal y comprometida entre colegas.
Es una realidad de que las personas se sienten mejor cuando se identifican con un propósito significativo. Ese “para qué” es lo que da sentido y orienta el rumbo en común.
Por ejemplo, cuando delegas una responsabilidad es fundamental explicar el propósito de esa tarea o proyecto; de esta forma, la persona lo puede asumir con mayor responsabilidad y entrega, mucho más que si, simplemente, le dices lo que tiene que hacer.
Mi maestro y mentor John Maxwell, considerado el referente numero uno del liderazgo mundial, tiene una frase que grafica esta situación: “Muchos comunican, pocos conectan.”
El desafío es ser de los pocos, los que generan vínculos genuinos y auténticos, que expanden las posibilidades, y aumentan la habilidad para responder ante lo que sucede, el compromiso y el involucramiento. Y entonces sí: tendrás un equipo imparable.