



La muerte del Papa Francisco esta semana ha marcado el final de un papado histórico y el comienzo de una transición significativa para la Iglesia Católica. Mientras los fieles de todo el mundo lloramos su fallecimiento, la atención se centra ahora en la siguiente fase: la elección del próximo Papa.
Esta elección se llevará a cabo mediante un proceso conocido como cónclave. Generalmente celebrado dos o tres semanas después del funeral del Papa, el cónclave reúne al Colegio Cardenalicio en la Capilla Sixtina del Vaticano. Allí, mediante oración, reflexión y votación secreta, deben alcanzar una mayoría de dos tercios para elegir al próximo obispo de Roma.
Si bien, en teoría, cualquier hombre católico bautizado puede ser elegido, durante los últimos siete siglos el cargo ha recaído en un cardenal.
Dicho esto, el resultado aún puede ser impredecible, a veces incluso sorprendiéndonos a los propios electores.
LAS PLÁTICAS CON LOS LÍDERES YEMPRENDEDORES DE AMÉRICA
El cardenal Jorge Mario Bergoglio, quien se convirtió en el Papa Francisco, no figuraba entre los favoritos en 2013. Sin embargo, tras cinco rondas de votación, se ha alzado como el candidato principal. Algo similar podría volver a ocurrir.
Este cónclave tendrá lugar en un momento de tensión y cambio dentro de la Iglesia. Francisco buscó descentralizar la autoridad del Vaticano, enfatizar el cuidado de los pobres y del planeta, e intentar abrir el diálogo sobre temas sensibles como la inclusión LGBTQIA+ y los abusos clericales. Los cardenales ahora deben decidir si continúan en esta dirección o adoptan un rumbo más tradicional.
Existe un precedente histórico que considerar. Durante siglos, los italianos han dominado el papado. De los 266 papas, 217 han sido italianos.
Sin embargo, este patrón ha cambiado en las últimas décadas: Francisco era argentino, Juan Pablo II (1978-2005) polaco y Benedicto XVI (2005-2013) alemán.
Como en cualquier elección, los observadores hablamos de nuestros “favoritos”. El término papabile, que en italiano significa “papable” o “capaz de convertirse en Papa”, se utiliza para describir a los cardenales que se consideran serios contendientes.
Entre los principales papabili se encuentra el cardenal Pietro Parolin, de 70 años, actual secretario de Estado de la Ciudad del Vaticano. Parolin ha sido durante mucho tiempo uno de los colaboradores más cercanos de Francisco y ha liderado los esfuerzos para abrir un diálogo con regímenes difíciles, incluido el Partido Comunista Chino.
Parolin es visto como una figura centrista que podría resultar atractiva tanto para cardenales reformistas como para los más conservadores. Sin embargo, algunos observadores argumentan que carece de la presencia carismática y pastoral que ayudó a definir el papado de Francisco.
Otro nombre a tener en cuenta es el cardenal Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén. A sus 60 años, es más joven que muchos de sus colegas, pero aporta una amplia experiencia en el diálogo interreligioso en Oriente Medio. Su fluidez en hebreo y su largo servicio en Tierra Santa podrían resultar atractivos.
Por otra parte, su relativa juventud podría generar dudas entre quienes nos preocupamos por elegir a un Papa que podría servir durante décadas. Como demostró el papado de Juan Pablo II, reinados tan largos pueden tener un profundo impacto en la Iglesia.
El cardenal Luis Antonio Tagle, de Filipinas, también es mencionado con frecuencia en internet. Con 67 años, Tagle es conocido por su profundo compromiso con la justicia social y los pobres.
Se ha pronunciado contra las violaciones de derechos humanos en su país natal y a menudo ha repetido el tono pastoral de Francisco. Sin embargo, a algunos cardenales les preocupa que sus abiertas opiniones políticas puedan complicar las gestiones diplomáticas de la Iglesia.
El cardenal Peter Turkson, de Ghana, de 76 años, fue una figura destacada durante el último cónclave. Voz firme en defensa de la justicia ambiental y económica, sirvió durante los gobiernos de Benedicto XVI y Francisco.
Turkson ha defendido en gran medida las enseñanzas tradicionales de la Iglesia en temas como el sacerdocio exclusivamente masculino, el matrimonio entre un hombre y una mujer y la sexualidad. También es un firme defensor de la transparencia y se ha pronunciado contra la corrupción y en defensa de los derechos humanos.
Aunque menos conocido entre el público, el cardenal Mykola Bychok, de Melbourne, también podría ser considerado.
Su elección sería tan sorprendente (y quizás tan simbólicamente poderosa) como la de Juan Pablo II en 1978. Un Papa ucraniano-australiano, elegido durante la guerra en Ucrania, enviaría un mensaje contundente sobre la preocupación de la Iglesia por los pueblos que sufren y la paz mundial.
Otros nombres que podrían surgir son el del cardenal Fridolin Ambongo Besungu, de la República Democrática del Congo, y el cardenal Jaime Spengler, de Brasil, ambos líderes de comunidades católicas grandes y en crecimiento. Aunque los informes de prensa no siempre los incluyen entre los principales contendientes, su influencia en sus regiones —y la necesidad de reconocer los cambios demográficos globales de la Iglesia— significa que sus voces serán importantes.
En el bando más conservador se encuentra el cardenal estadounidense cercano a la actual presidencia Raymond Burke, quien ha sido uno de los críticos más acérrimos de Francisco. Sin embargo, su postura confrontativa lo convierte en un candidato improbable.
Más plausible sería el cardenal Péter Erdő de Hungría, de 71 años. Erdő es un respetado abogado canónico con una orientación teológica más tradicional. Fue mencionado en 2013 y podría resurgir como un candidato prometedor entre los cardenales conservadores.
Aunque Francisco nombró a muchos de los cardenales que votarán en el cónclave, eso no significa que todos apoyaran su agenda. Muchos provienen de comunidades con valores tradicionales y podrían sentirse atraídos por un candidato que enfatice las enseñanzas más antiguas de la Iglesia.
El cónclave también reflejará cuestiones geográficas más amplias. El crecimiento de la Iglesia se ha desplazado de Europa a Asia, África y Latinoamérica. Un Papa de una de estas regiones podría simbolizar este cambio y abordar de forma más directa los desafíos que enfrentan las comunidades católicas en el Sur Global.
En última instancia, predecir un cónclave es imposible. La dinámica suele cambiar una vez que los cardenales entran en la Capilla Sixtina y comienzan a votar.
Las alianzas cambian, surgen nuevos nombres y puede formarse un consenso en torno a alguien del que apenas se ha hablado antes.
Lo que es seguro es que el próximo Papa moldeará el futuro de la Iglesia: doctrinal, diplomática y pastoralmente. Ya sea que elija continuar con el legado reformista de Francisco o avanzar en una nueva dirección, deberá equilibrar las tradiciones antiguas con las realidades urgentes del mundo moderno.
El cónclave de 2025 no solo definirá al sucesor de Francisco, sino que también marcará la dirección que tomará la Iglesia Católica en las próximas décadas. El mundo observa atento.
Darius von Guttner Sporzynski, Historian, Australian Catholic University
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