
El Mundial de 1986 estuvo a punto de no jugarse. Originalmente asignado a Colombia, el torneo quedó en el aire en 1982, cuando ese país renunció oficialmente por dificultades económicas y logísticas. Fue entonces cuando México, en un acto que hoy muchos describen como heroico, aceptó en tiempo récord organizar la Copa del Mundo, salvando así la decimotercera edición. Sin esa decisión, habría sido la primera vez en la historia que un torneo mundial de la FIFA se cancelaba por falta de sede.
En junio de 1974, la FIFA otorgó a Colombia la organización de la Copa Mundial de 1986. Pero con el tiempo quedó claro que el país sudamericano no podría cumplir con los crecientes requerimientos técnicos y logísticos que implicaba una competición mundialista moderna.
Los requisitos eran exigentes: al menos 12 estadios con capacidad mínima para 40,000 personas, varios de ellos con capacidad aún mayor; una red de aeropuertos y carreteras, comunicación adecuada, infraestructura hotelera, transporte, etc. Ante la imposibilidad de cumplirlos, el 25 de octubre de 1982 el presidente colombiano Belisario Betancur anunció la renuncia. Cuatro días después la FIFA oficializó la cancelación de la sede.
Esa decisión generó una crisis mundialista: por primera vez — y hasta ahora única — una Copa del Mundo era puesta en riesgo porque su sede declinaba a pocos años del evento.
Con Colombia fuera, la FIFA abrió un proceso para asignar una sede de emergencia. Entre los candidatos aparecieron Canadá, Estados Unidos y México. Canadá fue desestimado por falta de infraestructura adecuada; EE. UU. prefirió concentrarse en preparar su candidatura para el Mundial de 1994.
Finalmente, el 20 de mayo de 1983 — tras reunión del Comité Ejecutivo de la FIFA en Estocolmo — México fue designado por unanimidad como sede del Mundial 1986. Con ello, se convirtió en el primer país en albergar dos Copas del Mundo (la primera había sido en 1970).
Más allá de la burocracia, la decisión implicaba un reto de dimensiones mayúsculas: preparar en poco más de dos años todos los estadios, la logística, transporte, seguridad, hospedaje… bajo presión de cumplir lo que Colombia no pudo.
El contexto político, social y económico no era el mejor. Organizar un Mundial requería inversiones, coordinación institucional y tiempo. En ese momento, México ya enfrentaba problemas económicos, inflación, devaluaciones, y tensiones sociales.
A ello se sumó un desastre natural: un fuerte terremoto sacudió la Ciudad de México en septiembre de 1985 — apenas ocho meses antes del inicio del torneo — generando pérdidas millonarias, destrucción de viviendas e infraestructuras, y un clima general de incertidumbre.
Esa tragedia llevó a plantear seriamente la posibilidad de cancelar el Mundial. Pero, tras revisar daños, las autoridades comprobaron que los estadios designados no habían sufrido daños estructurales graves. Así, decidieron mantener la organización del torneo.
De esta forma, México pasó de ser sede de emergencia a convertirse en el gran salvador del Mundial — bajo presión, con recursos limitados, y en medio de una crisis social.
Del 31 de mayo al 29 de junio de 1986, con México como anfitrión, se celebró el torneo con 24 selecciones y 52 partidos oficiales.
La organización resultó exitosa: estadios listos, logística funcionó, afición entregada, y una atmósfera de fiesta global. El hecho de que México ya hubiera organizado el Mundial de 1970 fue clave: contaba con infraestructura, experiencia en logística internacional y sedes probadas.
Además del éxito organizativo, el torneo ofreció momentos únicos en la historia del futbol: el despliegue de talento, rivalidades, emociones — todo bajo un contexto donde el futbol se convirtió en símbolo de supervivencia institucional, orgullo nacional e identidad colectiva. Muchos creen que lo que salvó el Mundial fue tanto la voluntad como la capacidad de México.
Más allá del altruismo, la decisión de México también se apoyó en intereses privados y empresariales. Según investigaciones, figuras clave como Emilio Azcárraga Milmo y dirigentes del fútbol mexicano impulsaron la candidatura aprovechando su influencia empresarial, medios de comunicación y recursos.
En ese contexto, el Mundial se convirtió no solo en una fiesta deportiva, sino en una operación estratégica de imagen, negocios y proyección internacional de México. La apuesta rindió frutos, consolidando al país como sede confiable de eventos globales.
El Mundial de 1986 pudo no haber existido. La renuncia de Colombia dejó al planeta futbolero sin Mundial, pero la decisión de México de asumir la sede en un contexto adverso — con crisis económica, falta de tiempo, presión internacional y un reciente desastre natural — cambió la historia.
Gracias a esa apuesta, el torneo se realizó, se convirtió en una de las ediciones más recordadas y le otorgó a México un lugar privilegiado en la historia del fútbol mundial. Ese “día que México salvó el Mundial 1986” no es solo una anécdota: es una muestra de convicción, capacidad organizativa y visión global.



