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02-03-2018, 6:14:00 PM

La fábula del home office y las reglas del juego

Con frecuencia idealizamos lo que significa la independencia y el trabajar desde casa. Uno de nuestros colaboradores reflexiona en torno a la dificultad que implica aprender a hacerlo.

© Depositphotos.com

LA ENSOÑACIÓN

Alguna vez oí hablar de un hombre que soñaba con trabajar desde casa . Padecía los trayectos rumbo a la oficina, el tiempo en los embotellamientos dándole vuelta y vuelta al mismo pensamiento. Cuando multiplicaba las dos horas y media que pasaba cada día transportándose por las jornadas del año trabajadas, se asustaba y se deprimía.

A veces, cuando estaba en junta, soñaba despierto con días lejanos en los que él administraría su propio tiempo . Despertaría siempre a la misma hora, descansado e inspirado, para sacar pendientes como una verdadera máquina de origen germano.

Su estudio tendría una ventana que miraría a un jardín que aún no existía, desde donde observaría al perro que no tenía y se concentraría escuchando música que no conocía.

En sus ensoñaciones todo funcionaba y, el home office se proyectaba ante sus ojos como el Nirvana en el que su alma finalmente alcanzaba un estado de felicidad extrema.

Pero tarde o temprano algo lo hacía regresar a su oficina, a su rutina, a la junta eterna que jamás terminaba. A un lugar habitado por seres que lo asediaban, le exigían, lo monitoreaban y lo confundían.

Al terminar cada día volvía al encierro del transporte público. Cuando llovía era aún peor. Los vidrios sudaban y el silencio colectivo hacía que los kilómetros transcurrieran cada vez más lentos. Entonces, desesperado, juraba dar el paso definitivo hacia la independencia, aunque al final nunca lo hacía y permanecía siempre un día más.

Una semana. Un mes. Un año. Soñando siempre que trabajaba desde casa en su propio proyecto, mientras la vida se le iba en trabajar.

Hasta que un día cambió su rutina.

Ese martes no lo llamaron a junta; le dijeron que esperara en su lugar. Los demás se levantaron con sus tabletas y cuadernos en mano y se metieron a la reunión. Desde afuera él los observó hasta que el teléfono sonó. Era la mujer de Recursos Humanos.

— ¿Puedes venir a mi lugar?

Desde antes de responder sabía de qué se trataba.

LA REALIDAD

El primer día de independencia lo inició dándose cuenta de que su casa no estaba hecha para trabajar. Su escritorio estaba en un área abierta, cubierto de viejas revistas y estados de cuenta sin archivar. La silla se había convertido en un perchero y ni siquiera tenía una lámpara apropiada para iluminar el área de trabajo.

No había ventanas cerca ni mucho menos un jardín. Tampoco un perro.

Pero no importaba: era libre y podía trabajar desde casa.

La jornada se dibujaba con las posibilidades que él mismo quisiera generar. Inventaría sus propios proyectos, buscaría clientes potenciales, diseñaría su éxito. Cumpliría su sueño.

La primera interrupción llegó 15 minutos después de haber empezado a trabajar. El vecino del seis quería platicarle de un sistema de cámaras de seguridad que estaba pensando en instalar. Aunque trató de ser breve, pasaron 20 minutos antes de poder despedirse de él.

Se sentó de nuevo ante la computadora justo cuando entró la llamada de su contador. Quería saber si había podido pagar los impuestos correspondientes a la liquidación. Le dijo que era importante hacerlo, así es que ingresó al portal del banco y tardó media hora en poder realizar el pago. Una vez resuelto el pendiente se dispuso a avanzar en su proyecto. Un par de horas de aislamiento bastarían para terminar su primera propuesta; en estar listo para buscar al primer cliente. Pero no avanzó. Una veintena de mensajes llegó a su celular. Desde la calle tocó el señor del agua. Su módem falló y tuvo que hablar a soporte técnico.

Cuando se dio cuenta eran ya las dos y recordó que tenía que ir por su hija al colegio. Seguiría en la tarde, avanzaría, pues entonces todo estaría más sereno. Tampoco fue así: tareas, una salida a la papelería para comprar material para un proyecto escolar, un par de llamadas más, de nuevo su contador buscándolo por un error en el pago y el primer día que se erosionaba ante sus ojos junto con los proyectos que se convertían en nada.

Mañana sería distinto.

Una vez más el día se evaporó, con la diferencia de que se tuvo que quedar trabajando hasta tarde para intentar acabar con todo lo que se había propuesto, pero ni así lo logró.

El tercer día fue igual. También el cuarto y el quinto. La monotonía eterna que le daba la oficina había sido reemplazada por un caos constante que lo obligaba a trabajar a ratos, sin poder concentrarse y a desvelarse noche tras noche sólo para llegar al fin de semana y necesitar del sábado y el domingo para terminar con todo lo que no había logrado.

Los clientes lo empezaban a buscar, pero le faltaba tiempo para atenderlos y cumplir con las propuestas. Le faltaba estructura, le faltaba orden. Le faltaba una rutina.

Tres meses después de haber iniciado aceptó que en la ignorancia idealizó lo que significaba trabajar desde casa.

Entonces el hombre redactó un pequeño manifiesto para aprender a trabajar desde casa. Las reglas del juego que debía seguir si realmente quería ganarlo y vivir su sueño:

1. Define y respeta tus horarios laborales.

2. Asegúrate de comunicárselos a los que viven contigo.

3. Dedica al menos tres horas a la semana a realizara temas administrativos. Si no metes facturas a tiempo o no le das seguimiento a los pagos, todo tu esfuerzo se verá perdido. Pero no lo hagas todo el tiempo.

4. Busca un lugar aislado para trabajar. Los espacios abiertos no son los mejores.

5. Si tienes que cerrar una puerta para poder concentrarte, hazlo.

6. No respondas siempre el teléfono, ni a los mensajes en el WhatsApp. Define un horario para hacerlo y el resto del tiempo trata de ponerlo en modo no molestar.

7. No resuelvas imprevistos del hogar si surgen en un horario que has definido como laboral.

8. Si tienes que ir a ver clientes, trata de juntar varias citas en un solo día. Si las repartes a lo largo de la semana terminarás padeciendo el tráfico cada día.

9. Utiliza alguna señal para hacerle saber a tus familiares cuando estés trabajando. Es normal que quieran estar contigo, pero explícales cuáles son tus objetivos y hazlos tus cómplices para cumplirlos. Los audífonos pueden ser una buena opción.

10. No trabajes los domingos. Tampoco los sábados. Quizás más que nunca, necesitas del descanso.

Tras redactar el texto el hombre se sintió más tranquilo. Comprendió al fin que el simple deseo no bastaba para poder trabajar desde casa.

Se trataba de un proceso: tenía que practicar hasta dominar estas nuevas reglas y forjar así la disciplina que lo llevaría a administrar el recurso principal de un trabajador independiente: su propio tiempo.

Pero eso, como todo en la vida, tenía que aprender a hacerlo.

Home Office
autor Escritor sin gluten. Pasa sus días imaginando que en algún momento tendrá tiempo para escribir todas las ideas que rondan por su cabeza. Experto en stoytelling y creación de contenidos.