



Carlos Dzib fue un ilustrador y caricaturista mexicano cuyas imágenes llenas de ingenio dieron vida a los libros de texto gratuitos de educación básica durante las décadas de 1970 y 1980. Su estilo artístico, marcado por el humor y la creatividad, aportó un toque fresco a la educación pública y dejó una marca imborrable en la memoria de millones de estudiantes en México.
Carlos Dzib Urbizu (1939–1984) fue un destacado humorista gráfico originario de Progreso, Yucatán. Graduado como maestro normalista, ejerció la docencia incluso mientras desarrollaba su carrera de caricaturista.
Dzib cultivó un mordaz humor negro en sus caricaturas para adultos y obtuvo reconocimiento internacional: ganó el Gran Prix en el Salón Internacional de la Caricatura de Montreal en 1978 y 1980. Sin embargo, es especialmente recordado por su faceta como ilustrador de los libros de texto gratuitos de la Secretaría de Educación Pública (SEP), donde acercó el arte y la imaginación al aula, contribuyendo enormemente a la educación básica mexicana.
La carrera de Dzib se forjó entre la caricatura y la enseñanza. Comenzó colaborando en la revista El Faro de Yucatán en los años 60, donde afinó sus habilidades para el dibujo. Buscando mayor proyección, emigró a la Ciudad de México; tras varios intentos y regresos a su tierra natal, finalmente logró hacerse un nombre junto a los grandes del humor gráfico nacional.
En la capital, colaboró en publicaciones independientes fundadas por Eduardo del Río “Rius” –como La Gallina y La Garrapata–, espacios donde desarrolló su estilo satírico. A lo largo de su carrera publicó al menos cuatro libros de caricatura, entre ellos Permitido pecar (1975), ¿Quién es Dzib? (1979) y La autopsia dirá si vive (1982), en los cuales plasmó su agudo sentido del humor. Lamentablemente, su vida se truncó por un infarto en 1984, cuando aún trabajaba activamente en nuevos proyectos. Pese a su fallecimiento prematuro, la obra de Dzib perdura como referencia obligada en la historia de los ilustradores mexicanos.
A finales de los años setenta, la SEP emprendió la renovación de los libros de texto de primaria apoyándose en ilustradores de primer nivel. Carlos Dzib formó parte de ese equipo creativo, aportando su talento de caricaturista al servicio de la educación. Sus ilustraciones aparecieron en numerosos libros de texto gratuitos –sobre todo en los libros de Lecturas de Español en primaria–, complementando cuentos, diálogos y ejercicios con un estilo atractivo para los niños. Para la generación de los 80, la presencia de Dzib y otros artistas gráficos en los materiales escolares abrió las páginas escolares a la cultura universal: desde marcianos de mirada melancólica en relatos de ciencia ficción hasta personajes de fábulas clásicas.
La Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos supo integrar el trabajo de moneros e ilustradores mexicanos como Dzib en sus contenidos, enriqueciendo la experiencia visual de los alumnos. De hecho, el propio Dzib llegó a crear cuentos ilustrados para niños fuera del aula, como Hip, el hipopótamo, publicado en la colección Colibrí de primeros cuentos. Gracias a esta labor, sus dibujos alcanzaron a millones de escolares en todo el país, convirtiendo el arte en parte del día a día de la educación básica.
Aunque Carlos Dzib era conocido por su humor negro incisivo en la prensa, al trabajar para niños adaptó su estilo sin perder esencia. Sus caricaturas en los libros de la SEP se caracterizaban por figuras expresivas, trazos ágiles y situaciones amenas. Dibujaba personajes con gestos exagerados pero simpáticos, capaces de captar la atención infantil al instante.
Contemporáneos suyos destacaron que Dzib “manej[a] el humor negro con refinada ferocidad” pero con una gracia que volvía casi amable esa ferocidad según escribió el poeta Renato Leduc al describir su obra. En los textos escolares, esa ferocidad se traducía más bien en ingenio visual: escenas cómicas, detalles curiosos y ocurrencias gráficas que daban vida a la lección.
Por ejemplo, si un relato trataba sobre la picardía de un personaje, Dzib lo retrataba con tal vivacidad que los niños comprendían la situación de un vistazo y con una sonrisa. Aún sin emplear el humor negro de sus cartones adultos (inapropiado para la audiencia infantil), sus ilustraciones conservaron un sello inconfundible de imaginación desbordante.
En cada viñeta supo equilibrar ternura y picardía, creando imágenes amables pero nunca aburridas.
Ilustrar un libro de texto conlleva un proceso creativo complejo: requiere unir pedagogía y arte en cada página. Las imágenes no podían ser meramente decorativas, debían cumplir una función didáctica. Dzib entendía bien este equilibrio: como maestro de formación, sabía que sus dibujos debían comunicar tanto como deleitar.
En cada proyecto con la SEP trabajó codo a codo con editores y pedagogos para asegurarse de que los gráficos reforzaran el mensaje educativo. La tarea implicaba integrar contenidos, objetivos y tácticas didácticas con elementos visuales atractivos, todo al servicio del aprendizaje. No son enchiladas, dirían algunos, para enfatizar que dibujar para millones de niños conlleva gran responsabilidad creativa.
Dzib aportó su experiencia como docente a este desafío: tenía la sensibilidad para ponerse en el lugar del alumno y preguntarse si la imagen ayudaba a entender mejor la lección o a despertar curiosidad. De hecho, su dualidad de artista-profesor le dio una ventaja única –“hablaba” el lenguaje de la infancia y el de la educación a la vez–.
Gracias a ello, sus ilustraciones no sólo embellecían el libro, sino que se convertían en herramientas pedagógicas.
Cada caricatura de Dzib en los libros de la SEP tenía un propósito claro (ya fuera explicar un concepto, representar una escena literaria o motivar al lector a seguir leyendo) y a la vez mantenía ese factor lúdico que invita a aprender jugando.
El impacto de las ilustraciones de Carlos Dzib trasciende las páginas impresas. Para muchos mexicanos que fueron niños en los años 80, las escenas dibujadas por Dzib quedaron grabadas indeleblemente en su recuerdo. Son parte de la memoria colectiva: a veces la imagen perdura incluso más que el texto que la acompañaba. ¿Quién que estudió con esos libros no rememora al personaje de nariz larga repitiendo “¡Chímpete, chámpata!” en una lectura de tercer grado, o aquella divertida viñeta en el libro de Ciencias Naturales?
Sus dibujos lograron que el aprendizaje se asociara con emociones positivas –la risa, la sorpresa, la curiosidad–, creando un vínculo duradero entre el arte y la educación. Ya adultos, muchos conservan sus libros de texto antiguos como tesoros nostálgicos y reconocen en ellos el estilo de Dzib con cariño. En términos culturales, la contribución de Carlos Dzib se inscribe en la tradición mexicana de grandes ilustradores educativos.
Su nombre figura junto a exponentes como Trino o Juan Gedovius en la historia de la ilustración infantil del país, prueba de la relevancia de su obra. Además, su éxito demostró que el arte en la educación básica no es un lujo, sino un factor clave para inspirar a las nuevas generaciones. Dzib inspiró a futuros ilustradores y educadores, mostrando que una caricatura bien lograda puede enseñar tanto como un párrafo entero. Su legado vive no sólo en esos libros físicos que pasaron de mano en mano, sino también en la imaginación de millones de mexicanos que crecieron viendo el mundo a través de sus dibujos.
La trayectoria de Carlos Dzib ejemplifica cómo el arte y la educación pueden fusionarse para lograr un impacto social profundo. Como ilustrador de los libros de texto gratuitos, puso su talento creativo al servicio de la educación, enriqueciendo la experiencia de aprendizaje de toda una generación. Sus ilustraciones combinaron diversión y enseñanza, demostrando que el conocimiento entra mejor por los ojos cuando viene acompañado de color, humor y emoción.
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A décadas de distancia, el trabajo de Dzib sigue siendo recordado y valorado, lo que subraya su importancia cultural.
En síntesis, Carlos Dzib no solo ilustró libros: ilustró infancias.
Sus dibujos enseñaron lecciones, sí, pero también despertaron sonrisas, inspiraron a futuros artistas y dejaron una huella imborrable en la historia de la educación básica mexicana. Su legado nos recuerda el poder que tiene el arte de educar, conmover y perdurar más allá del papel.