Si ya estás donde quieres estar, este artículo NO es para ti. De lo contrario, debes conocer la historia de este árbol de manzanas.
Esta es la historia de un joven labrador que tuvo la oportunidad de hacerle una sola pregunta al gran rey, cuando pasó por sus campos montado en su real caballo. Pensó muy bien su pregunta y, cuando el rey pasó cerca, juntó todas sus fuerzas y se atrevió a hablar.
“Gran Rey, tú eres justo y sabio. Yo trabajo día y noche labrando los campos y apenas logro poner comida en la mesa. En cambio, tú, tienes más de lo que puedes gastar ¿Cómo es que has logrado tanta riqueza?”
El rey detuvo su caballo y miró al labrador. Meditó por un momento y después metió la mano al bolsillo de su exquisita capa de terciopelo. Finalmente, extendió el brazo, con el puño cerrado.
“Tengo la fuente de toda mi riqueza en la palma de mi mano” -dijo el monarca- “Si tú deseas, puedo dártela. Tú también puedes tener riquezas, tantas como quieras”.
El labrador dudó un poco. ¿Era una broma, una trampa, una mentira cruel? No sabía que contestar, pero se atrevió a hacerlo:
“Ya sé cuál es el secreto de la riqueza, su majestad. Me lo ha dicho mi padre. Es el trabajo duro”
“Tú trabajas duro -le interrumpió el rey- ¡Mucho más duro que muchos, y por eso te confío mi secreto! Trabajar duro es importante, pero no es mi secreto. La fuente de todas mis riquezas está en la palma de mi mano. Puedo obsequiártela, si tú quieres”.
El labrador seguía pensando, pues le costaba creer que algo tan pequeño pudiera ser fuente de tantas riquezas. ¿Qué había en la mano del rey? ¿Sería un gran diamante o una moneda de oro? ¿Sería una sola palabra misteriosa o un amuleto mágico? Finalmente, como era de esperarse, la curiosidad venció.
“Claro, Majestad, aunque soy indigno, acepto con gusto el regalo que me ofreces”.
“¿Y quién te dijo que eras indigno? -dijo el rey, bajando de su caballo- La riqueza tiene por amo a quien sabe crearla y por esclavo a quien solo la gasta. Levanta tu rostro y mira: esta es la fuente de toda mi riqueza”
El rey abrió el puño para revelar el objeto: un óvalo diminuto de color café. El labrador se acercó para ver mejor.
“Es una semilla de manzana -explicó el monarca-. Si sabes hacerla crecer, serás rico para toda la vida, y la vida de tus hijos y tus nietos”.
“Es una semilla de manzana -explicó el monarca-. Si sabes hacerla crecer, serás rico para toda la vida, y la vida de tus hijos y tus nietos” / Imagen: Depositphotos.com
El labrador se decepcionó. Esperaba algo más brillante o especial ¡No una miserable semilla de manzana! El rey vio en sus ojos la decepción, y profundizó:
“Así es. Es una cosa pequeña y aparentemente miserable. Muchos la tiran a la basura o la pasan de largo. Pero yo te digo, amigo, que el secreto de la riqueza está al alcance de todos. Quizás no todos pueden convertirse en reyes, pero te aseguro que cualquier persona que camina en esta tierra, hombre o mujer, rico o pobre, puede mejorar su vida si entiende la verdad que encierra una semilla de manzana”.
El labrador, olvidando el protocolo, le respondió:
“¡Pero si yo ya sé hacer crecer esta semilla, y muchas otras semillas! Soy un labrador y a lo largo de mi vida he sembrado miles de árboles y plantas para el amo: manzanas y naranjas, trigo y cebada. Yo sé sembrar manzanas, su majestad…, pero no soy rico.”
“Es verdad, amigo labrador, pero te pregunto ¿qué haces con las manzanas que nacen del árbol que has sembrado?”
“Una parte la llevo a mi casa para que coma mi familia. Con otra parte pago el impuesto. La otra la llevo al mercado para vender. Con ese dinero compro carne, queso y pan para poder llevar a casa”.
“¡Haces casi todo bien, amigo mío, pero te falta un solo paso! Ese paso es el secreto de la riqueza”
“Su majestad, lo siento, pero no entiendo”.
El rey se quitó la corona para hablar de hombre a hombre y pronunció sus palabras finales:
“Amigo labrador, desde este día decreto, que no serás pobre por siempre. Serás rico. Y tus hijos serán ricos porque has recibido el secreto de la semilla de la manzana.
Y el secreto es este:
Los pobres tiran las semillas y compran manzanas. Al final del día, no tienen ni manzana, ni sueldo, ni árbol ni semilla.
Los que pertenecen a la clase media hacen de la semilla un árbol, del que comen y venden manzanas. Pueden vivir bien.
Los ricos y los reyes hacen de la semilla un bosque. Usan las nuevas semillas para sembrar nuevos árboles. De esa manera nunca les faltan las manzanas, siempre tienen qué vender y siempre tienen nuevos árboles.
Quizás al ver mis ropas y mis riquezas sientes que la vida es injusta, pero la naturaleza es generosa con todos, y la lluvia cae en ambos lados de la aldea. Si tú, amigo labrador, siembras esta semilla, dejas que el árbol crezca, siembras nuevas semillas y, sobre todo, no lo malbaratas ni te comes sus manzanas, aunque tengas hambre, aunque pases dificultades, te prometo que tres cosas pasarán:
Primero, parecerá que nada cambia. Seguirás trabajando duro y seguirás pasando hambre. Sé paciente. Las semillas no se hacen bosque de un día para otro y en esta espera muchos abandonan su camino.
Segundo, empezarás a ver nuevas semillas en todas las cosas. Y entonces creerás en ti y en lo que puedes llegar a ser. Y verás con orgullo crecer tus nuevos árboles. ¡No es momento de comprar ropas y carruajes! No pierdas la cabeza en sueños vacíos, ni dejes de trabajar. En este despilfarro muchos pierden el rumbo, la cabeza y su incipiente riqueza.
Tercero, que en algunos años (¡menos de los que crees!) tendrás un pequeño bosque. En él tus hijos podrán correr y jugar. Seguirás trabajando mucho, pero empezarás a disfrutar de tus propias manzanas, de madera y más. Aun cuando haya un invierno frío, tu bosque no morirá, porque será fuerte y con buena raíz. Seguirás cuidando cada semilla, enseñarás este secreto a tus hijos y nunca volverás a ser pobre
Por último, si tú quieres, tu bosque dará de comer a muchas más personas. No solo tendrás riqueza, sino que podrás compartirla y el mundo será mejor para ti y para otros. Ese es el secreto de la riqueza infinita.
Ahora dime, amigo labrador… ¿quieres o no esta semilla insignificante? Dime ahora si deseas tener una manzana, un árbol… o un bosque. La semilla es la misma: el resultado es muy distinto. Y, te lo aseguro, depende totalmente de ti.”
El labrador extendió su mano y recibió su semilla. No dijo nada más y regresó a su casa meditabundo, cuando caía la tarde.
Esa noche se arrodilló y clavando las manos en el suelo fértil, sembró por primera vez su propio árbol de manzanas.