



Cuando se habla de criptomonedas, lo primero que viene a la mente suelen ser las monedas especulativas y sus altibajos. Mientras tanto, las stablecoins han pasado desapercibidas, aunque están cambiando las reglas del juego en el comercio global. Y es que, mientras el sistema financiero tradicional sigue atado a pagos transfronterizos lentos y costosos, las stablecoins combinan lo mejor de dos mundos: la estabilidad de una moneda fiduciaria y la rapidez de un activo digital. No son solo una alternativa dentro del ecosistema cripto, sino una solución real para una economía que ya no entiende de fronteras.
Enviar dinero de un país a otro sigue siendo un dolor de cabeza. Comisiones altas, burocracia interminable y tiempos de espera ridículos para una era digital. Durante décadas, las instituciones financieras han controlado las transferencias internacionales, cobrando caro por un servicio que, francamente, no ha evolucionado al ritmo de la tecnología.
Aquí es donde entran las stablecoins. Con ellas, mover dinero entre países es cuestión de segundos y sin intermediarios.
Para economías como la mexicana, donde los sistemas tradicionales siguen poniendo barreras a pagos rápidos y eficientes, esta tecnología no es solo conveniente: es imprescindible.
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Aunque en otros mercados emergentes se ha comenzado a explorar el uso de stablecoins para mejorar la eficiencia en sus pagos internacionales, en México la adopción ha sido un poco más gradual. Esto se debe, sobre todo, a una mayor familiaridad con los sistemas financieros tradicionales.
Las stablecoins podrían ser la herramienta perfecta para que las empresas mexicanas optimicen su flujo de caja, eliminen intermediarios y hagan pagos sin preocuparse por la volatilidad de otras criptomonedas. Pero, para que esto ocurra, es clave cambiar la mentalidad del sector empresarial. Se necesita educación financiera, regulación clara y casos de éxito que demuestren su potencial. Solo así dejarán de ser una opción marginal y podrán convertirse en el nuevo estándar del comercio global.
Enviar dinero al extranjero podría ser tan fácil como mandar un mensaje de texto. Sin restricciones, sin esperas, sin costos excesivos. Esa es la promesa de las stablecoins. Es decir, son el equivalente a reemplazar el correo postal por el correo electrónico: una revolución total del sistema financiero.
Pero las stablecoins no solo hacen pagos más rápidos. Su programabilidad permite automatizar procesos financieros que las instituciones financieras tradicionales ni sueñan con ofrecer. Pagos automáticos, contratos inteligentes y liquidaciones instantáneas pueden transformar la manera en que operan las empresas.
En un mundo donde la eficiencia define la competitividad, seguir dependiendo de sistemas que tardan días en procesar una transacción simplemente no tiene sentido. La solución está aquí, pero necesitamos tomar acción. Es momento de que México adopte esta tecnología y deje atrás lo que frena su crecimiento.
Uno de los mayores obstáculos es el marco regulatorio. Mientras otros países avanzan en la adopción de stablecoins, en México todavía hay incertidumbre sobre cómo encajarlas en el sistema financiero.
La regulación es necesaria, pero debe incentivar la innovación en lugar de sofocarla.
Si los reguladores comprenden el potencial de estas monedas digitales, pueden diseñar un marco normativo que garantice su uso seguro sin frenar su crecimiento. Ignorarlas o imponer regulaciones excesivas sería una oportunidad desperdiciada para modernizar las finanzas del país.
Para saber más: Twitter habilita el pago con criptomonedas estables o stablecoins a través de la fintech Stripe
México tiene dos caminos: subirse a la tendencia de las stablecoins o quedarse atrás mientras otros países avanzan. La historia nos ha enseñado que quienes se aferran a sistemas obsoletos pierden competitividad.
Las stablecoins no son una moda. Son la evolución natural del dinero y, tarde o temprano, serán parte esencial del comercio global.
Las empresas que lo entiendan hoy estarán un paso adelante. Las que no, pagarán el precio de quedarse rezagadas.
El futuro del comercio sin fronteras ya llegó. Ahora la pregunta es: ¿Nos atreveremos a innovar o nos resignaremos a seguir con lo de siempre?