



¿Has tratado de hacer un brainstorming o lluvia de ideas con tu equipo de oficina? Déjame adivinar: no hay mucho entusiasmo, la gente se dispersa y aunque hay algunas ideas, no necesariamente es a lo que querías llegar y hay una sensación de “no llegamos a nada”.
El brainstorming o “lluvia de ideas” suene a una de esas dinámicas de lugar común: la vemos en todos lados; en las series y en las películas, donde los protagonistas trabajan unos minutos en el pizarrón para inmediatamente llegar al momento “esto es lo que buscábamos para salvar la compañía/el mundo/la familia”.
Si te interesa el proceso, te comparto esta guía para empezar con ideas frescas.
Como me dijo una de las mejores mentoras que he tenido en mi vida: “primero, conoce tu caja”. Es difícil pedirle a un equipo que traiga ideas innovadoras sin objetivos o sin conocer los parámetros en los que se pueden mover. Por ejemplo, el sector financiero y legal tiene normativas muy estrictas sobre la promoción.
Establecer el problema adecuadamente es avanzar en su solución, por eso necesita estar bien planteado y eso significa, abrirlo a lo que verdaderamente quieres lograr. El ejemplo clásico -y más en época de recesión- es: “necesitamos dinero”, cuando -muy probablemente- lo que queremos decir es: “¿cómo logramos ampliar nuestra base de clientes?”
Tener las mejores ideas mientras nos bañamos o estamos lavando los platos es una realidad. Cuando estamos en un ambiente laboral, necesitamos propiciar un espacio de juego, donde “suspendamos” las normas: desde las jerarquías hasta lo que consideramos “correcto” o “cierto”.
Dar ideas es una parte del proceso; el siguiente paso es construir con ellas y valorarlas. La frustración proviene de que en esos primeros pasos no hay una “gran idea”, porque esto es un mito. Por eso es tan necesario el equipo y encontrar un equilibrio que permita jugar con esas ideas, juntarlas, separarlas, valorarlas y ponerlas a prueba.
La creatividad y la innovación no son producto de la casualidad ni propiedad de una sola persona. Debe formar parte del propio tejido de la empresa, sin importar qué tan grande o pequeña sea, en especial, cuando hay un entorno de clientes que buscan mejores productos y servicios.